Cuando llegó con creces y hace tres lustros a la palestra del Premio Nobel de Literatura, declaré al instante que se lo merecía “no sólo por su caballera envidiable y su dentadura ejemplar”. Por supuesto y por tontas prisas no añadí sus méritos en el fino cultivo del arte de la novela, el ejercicio minucioso de la crónica periodística, la dramaturgia incluso como actor sobre las mismas tablas y el abundante mural del ensayo como supremo fertilizante del pensamiento andante”. Jorge Mario Pedro Vargas Llosa nació el 28 de marzo de 1936 y queda ahora en las enciclopedias electrónicas un fatídico 13 de abril como fecha de su muerte, aunque los lectores sabemos que en realidad eso significa eternidad cuando se trata de un escritor. La vida en tinta no se extingue en tanto se lea.Habrá quien intente sellar este día triste como el fin de una fenómeno que se llama —y llamará ya para siempre— Boom latinoamericano de literatura, cuando en un ayer que parece increíble un batallón expansivo de inmensos autores y sus respectivas obras despertaron en el mundo entero el reconocimiento y fascinación por grandes libros escritos en el entrañable idioma de la Ñ; es decir, imaginación barroca y desatada, sabiduría al tú por tú y memoria milenaria sobre la piel de una guayaba. Habrá quien signe que en este mundo ha tiempo dejaron de andar Gabriel García Márquez, Julio Cortázar, Carlos Fuentes y un hilo de oro de autores y autoras que abonaron ese fenómeno invaluable, pero con el viaje que hoy mismo emprende Vargas Llosa se siembra también esa transpiración de todo lector -no sólo la multiplicación de sus páginas por la lectura- sino la callada confirmación de que esa biblioteca entera ya queda en los estantes de la memoria para siempre.Quiero justificar que intento despedirme con una frase o consigna que en algunas voces se volvió panfletaria, pero Hasta siempre debe ser leída aquí no como verso de trova banal sino literalmente como bálsamo o placebo para su obra entera (y de paso, la de todos los escritores invaluables de su generación y además, los grandes escritores de todos los pretéritos que esa generación del Boom heredó y contagió en ensayos, artículos, cátedras, discursos y en no pocas ramas de sus libros como frutos de diversas tradiciones literarias y culturales de inmensa estatura). Ellos y sus libros, ellos y sus lecturas ya se quedan aquí para siempre.También quiero justificar la despedida de un escribidor, como guiño a uno de sus libros que más he celebrado. Hablo de esa novela audible como radionovela en papel donde se enreda la biografía del joven Mario con un fino destilado de la literatura misma. Al hacerlo quizá abro la ventana al reconocimiento de que el hombre canoso que mantenía la sonrisa perfecta no dejaba de ser el travieso escribidor más que escritor a secas (al tiempo que quizá no dejó de ser el raro sobrino enamorado o el primo hermano de una de las formas del amor eterno) y quizá al mismo tiempo coincidir con alguna voz callada y sabia a la que escuché definirlo como “un hombre que nunca dejó de ser cadete”.Supuestamente, se ha ido entonces el joven de la Leoncio Prado, los párrafos de La ciudad y los perros, la resonancia casi profética de los ecos de una Conversación en la Catedral, la agonía de un chivo empoderado, el fantasmal latido de un corazón en las tinieblas, la inmensa guerra selvática donde parecía perecer el mundo entero, las fogatas en torno a los cuentos de un hablador habitante de sombras y dirán entonces que se van por un telón de silencio los ensayos luminosos que desvelan el rostro de Flaubert o Balzac o Galdós o Cervantes e incluso, habrá quien respire una suerte de reconciliación inaudible o impalpable que cierre el círculo de un largo ensayo cuasi teológico de admiración absoluta (que además fue Tesis Doctoral en la Universidad Complutense de Madrid) deshojándose ya en el más allá, allí donde se aclaran los puñetazos del pasado.Habrá también que releer radiografías de eso que llaman política, las tonalidades y extremos que parecen confundirse hoy mismo en un mundo enrevesado donde impera la mentira y simulación, la suprema estupidez y estulticia por encima del debate con conocimiento de causas, el hecho y los datos basados en su veraz exposición, la opinión fundamentada y no infundada… y en este preciso sentido quiero despedirme de Mario Vargas Llosa no sin la vergüenza como mexicano de haber vivido en años recientes el nefando intento de su cancelación a partir del rencor truculento, la simpleza empoderada, la pausa casi tartamuda de quien denostaba no sólo su figura y su obra, por obra y gracia de insultos como hachazos sino descalificaciones como dictámenes mañaneros sin haberlo leído de veras.Camina erguida la sombra de un caballero latinoamericano que también supo revestir la nieve en Estocolmo con frac como guayabera de lino, con donaire como piedra de Sol, con el acento refinado de todos los que hablamos una lengua que se come los colores y que pinta paisajes inconcebibles para la cuadrícula seca. Camina hacia las manos de una futura lectora o del siguiente soñador de generación nonata el único latinoamericano que entró por la puerta grande de la cultura francesa con espada engalanada y casaca de laurel y camina el enrevesado y polémico escritor que no merece desdén por sus supuestas contradicciones ni olvidos por defender en voz alta el derecho inalienable de expresarse y hacerlo bien, bien escrito y bien hablado. ¿Cómo justificar vociferancias, gritos o manotazos a contrapelo de la invariable vocación de oponerse a toda forma del autoritarismo, los engaños del poder, las cíclicas salivas de la baba traicionera, los hieráticos almidones del uniforme verde olivo o las mascaradas enmascaradas? En el mismo ánimo (y que me perdone Octavio) creo que no fue “inelegante ni atrevido”, locuaz o equivocado poner sobre la mesa de las ideas la posible discusión más que necesaria de si México quedaba eximido o exento de las sombras dictatoriales que recorren a Latinoamericana como fantasma, pues al mismo tiempo de lanzar el dardo como debate celebró los visos de democratización que parecían aliviar finalmente a México de la “dictadura perfecta” que campeó por este territorio durante casi un siglo, en curiosa sincronización de principio a fin del siglo XX entre las revoluciones rusas y mexicana, la sovietización que creímos superada hasta la inesperada estalinización à la putinesca y ese rancio priísmo populachero que creíamos imposible de regurgitar con renovadas guayaberas.En alguna de las pocas ocasiones en que pudimos conversar me preguntó sin inquisición alguna si era cierto que yo había celebrado al vuelo su Premio Nobel asentando mi admiración como envidia por su dentadura y cabellera, ya con canas aunque intacta. Quizá pensó que me retractaba y al reafirmar el silogismo nos unió una sana carcajada que sirvió como preámbulo de confianza y así comentarle que el ignaro que no cesaba de acusarlo con la punta del dedo oscilante no tenía más destino que colgarse de una hamaca en un lugar llamado La Chingada, mismo páramo donde suele hospedarse todo incauto irascible, tanto militante de la necedad, tantos puños abrasivos enarbolados o empoderados por amnesias obcecadas o ignorancia funcional.Intento alargar el instante con una sonrisa quizá serena al rematar estos párrafos con una larga cordobesa: muy lejos del somnoliento olvido que mece hamacas y dobla las lánguidas palmeras hay un infinito campo que se le extiende por delante a caballeros andantes, pluma en ristre o estilográfica en astillero, una geografía allá lejos tan cerca del corazón donde un gigante recorre París a brincos numerados o en la calle de Donceles donde levita de noche una anciana que de día hipnotiza como musa joven o en el Paraíso terrenal sembrado de piedras como huevos de dinosaurio donde todas las cosas parecen no tener nombre… allá mismo donde navega por un río entre matorrales un pelotón de prostitutas para alivio de un ejército surrealista, a la vuelta de las cinco esquinas, por el patio de unos cachorros mordidos en la ingle por un perro sin tiempo, cerquita de la niña mala y sus travesuras o del bosque donde florece la verdad de las mentiras, la perpetua orgía de todos los sentidos… allí donde habitan las mejores letras.

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