Cuando el papa Francisco era Bergoglio, ocupaba en soledad una pequeña habitación en un anexo de la Catedral Metropolitana de Buenos Aires, ubicada en uno de los laterales de la Plaza de Mayo. Solía cocinar su propia comida, vestía ropas simples y se trasladaba por la capital argentina en transporte público. En su despacho en la curia recibía a políticos, sindicalistas y empresarios. Pronto se hizo famoso por su perfil de estratega metódico y calculador. “Un político con sotana”, solía decirse de Bergoglio a modo de elogio y también de crítica, según el color del emisor. También se lo consideraba un eficaz administrador de la archidiócesis de Buenos Aires.Con paso lento, Bergoglio no hubiese tardado más de tres minutos en recorrer el camino que une la catedral con la Casa Rosada. Nunca lo hizo, porque nunca fue invitado. Bergoglio era antes de ser elegido Papa en marzo de 2013 el arzobispo de Buenos Aires y su relación con Cristina Kirchner no era buena, casi tan mala como la que había mantenido con su marido, Néstor Kirchner. El matrimonio consideraba a Bergoglio “de derecha”, un “peronista de derecha”, para ser más precisos. Le achacaba también una presunta complicidad con la dictadura en los años setenta, cuando era provincial de los jesuitas. Bergoglio siempre rechazó los motes y las acusaciones.“Nunca estuve afiliado al partido peronista, ni siquiera fui militante o simpatizante del peronismo. Afirmar eso es una mentira”, dijo Francisco en el libro El Pastor (Ediciones B, 2023), producto de largas conversaciones con los periodistas Sergio Rubin y Francesca Ambrogetti. “Mis escritos sobre la justicia social llevaron a que se dijera que soy peronista. Y en la hipótesis de tener una concepción peronista de la política, ¿qué tendría de malo?”, se preguntó, como para cerrar definitivamente el tema. Desmontar su papel durante el gobierno militar no le fue tan fácil. La izquierda peronista lo acusaba de haber tenido un papel al menos cuestionable en el caso de la desaparición forzada y las torturas sufridas en la ESMA por los sacerdotes jesuitas Orlando Yorio y Francisco Jalics. Los curas realizaban tareas sociales en las villas miseria de la capital y pronto terminaron en una mazmorra militar. En 2010, Bergoglio fue citado por la justicia y durante más de cuatro horas dio su testimonio sobre el asunto.Durante aquellos años, el periodista Horacio Verbitsky, exmontonero y vinculado al kirchnerismo, acusaba a Bergoglio de haber “entregado”, desde su cargo como superior provincial, a Jalics y Yorio a sus captores. Bergoglio dijo ante los jueces que lo interrogaron que había intercedido por los sacerdotes ante el dictador Jorge Rafael Videla y su segundo en la junta militar, el almirante Eduardo Massera. En mayo de 2023, Francisco recordó aquella declaración ante 32 jesuitas a los que visitó en Hungría. “Algunos en el Gobierno [de Kirchner] querían cortarme la cabeza, y sacaron a relucir no tanto este asunto de Jalics [de origen húngaro]sino que pusieron en duda todo mi modo de actuar durante la dictadura”, les dijo el Pontífice. “Al final, se comprobó mi inocencia. Cuando Jalics y Yorio fueron apresados por los militares, la situación que se vivía en Argentina era confusa y no estaba para nada claro qué se debía hacer. Yo hice lo que sentía que tenía que hacer para defenderlos”, agregó.Más informaciónQuien en ese entonces salió en defensa de Bergoglio fue Adolfo Pérez Esquivel, Nobel de la Paz en 1980 por su lucha por los derechos humanos durante la dictadura argentina. “Hubo obispos que fueron cómplices de la dictadura, pero Bergoglio no”, sentenció. En su libro Código Francisco (Editorial Sudamericana – 2016), el historiador Marcelo Larraquy sostiene que en los años setenta Bergoglio “refugió curas, seminaristas y laicos que eran perseguidos o estaban en riesgo. Pero también fue cierto que no denunció públicamente el terrorismo de Estado, como sí hicieron otros obispos, como Enrique Angelelli”, asesinado por los militares en agosto de 1976. En cambio, “Bergoglio utilizó los canales internos de la Iglesia, el nuncio o el padre general de la Compañía de Jesús en Roma. Bergoglio aplicó una política de protección y silencio”, agregó el autor.Ese silencio es lo que cubrió con sombras su papel durante aquellos años oscuros. La cuestión, con todo, pareció enterrada hasta que el 13 de marzo de 2013 Argentina amaneció con la noticia de que aquel arzobispo que solían cruzarse en la calle había sido elegido Papa. El escenario, sin embargo, ya no era el mismo. Cristina Kirchner decidió que aquel Bergoglio que la fustigaba con sus homilías y que, durante años, fue la única voz opositora de peso, era ahora “el primer Papa argentino”. Viajo entonces de inmediato al Vaticano y lo llenó de obsequios.Francisco ya no recibió el azote del kirchnerismo, pero no pudo evitar que desde Buenos Aires se lo metiese en el fango de la política doméstica. Durante casi 12 años, los argentinos analizaron en clave local cada mensaje que llega desde el Vaticano, midieron la amplitud de una sonrisa ante tal o cual político o el gesto adusto que el jesuita dispensó a algún expresidente. Durante sus últimos años, debió soportar a un candidato que hizo campaña para presidente llamándolo “representante del maligno en la tierra”, “hijo de puta que predica el comunismo” y “sorete mal cagado”. Pero cuando ese candidato llegó a la Casa Rosada, otra vez obró el milagro. Javier Milei no llevaba dos meses en el cargo cuando viajó al Vaticano para abrazar a quien ahora era “el argentino más importante de la historia”.

Cuando Francisco era Bergoglio: un arzobispo incómodo en Buenos Aires | Internacional
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