Los escritores del Boom pasaban a veces el fin de semana en alguna playa, juntos, con cenas que se alargaban hasta la madrugada. Se levantaban tarde, somnolientos, tomaban café y agarraban unas toallas que extendían sobre la arena, frente al mar. El primero en lanzarse al agua era Mario Vargas Llosa, que no se entretenía demasiado. Se secaba y daba un paseo por los alrededores. Al acabar, volvía al lugar en el que estaban alojados y se duchaba antes de sentarse frente a la máquina de escribir, a la que permanecía atado con correa. Ese compromiso casi religioso con la escritura cruzó la vida de Vargas Llosa, que ha muerto este domingo en Lima a los 89 años de edad. La misma pasión le producía la política, a la que se entregó sin reservas. En los noventa fue candidato a la presidencia de Perú y fue derrotado, para suerte de la literatura. Años después diría que se lanzó a esa aventura “por una razón moral”. Patricia, su esposa, matizó que eso no fue lo decisivo, sino la ilusión de vivir una experiencia llena de excitación: “De escribir, en la vida real, la Gran Novela”. Vargas Llosa fue un erudito, pero también Jasón al frente de una nave, acompañado por los argonautas, en busca del vellocino de oro.Más informaciónLa influencia de Sartre le convirtió, desde muy temprano, en un escritor comprometido. Durante su época de estudiante en la Universidad de San Marcos integró una célula comunista llamada Cahuide, en honor a un comandante inca. Creía en el socialismo como el vehículo para conseguir la pureza del “hombre nuevo”. Se entusiasmó con la Revolución cubana y admiró a Fidel Castro, al que visitó cinco veces en La Habana. En una de las ocasiones, acompañado de otros intelectuales latinoamericanos, escuchó hablar a Fidel durante horas y horas en una habitación. Salió aturdido de allí, pero con el corazón caliente. Con el tiempo se separó de la izquierda, a la que identificaría para siempre con el autoritarismo y la pobreza, y abrazó el liberalismo con la fe del converso. De Fidel pasó a Margaret Thatcher y por el camino estudió a Hayek y Revel. “Si Mario observa un helicóptero, te explica la manera en la que liberalismo ha permitido que las piezas provengan de distintos países y se hayan podido ensamblar en un todo. El liberalismo ocupa su pensamiento”, decía un familiar durante una cena.Pero antes fue un estudioso del marxismo. Empezó a desconfiar cuando intuyó que esas lecturas eran “un lavado de cerebro” que empezaban a asfixiarle -así lo contaría más tarde-. Su acercamiento a las distintas ideologías tenía algo de intuición, pero sobre todo estudio y análisis, porque toda la vida, antes que escritor, fue un lector, un señor al sol, sentado en una silla, con un libro delante. En el 58 se fue a Madrid a estudiar la beca Javier Prado en la Universidad Complutense, y allí se desligó por completo de Cahuide. Eso no le impidió ver con arrebato en la televisión a los barbudos entrar en La Habana, un 8 de enero de 1959. Vargas Llosa empezó a escribir en la revista cubana Casa de las Américas, editada por Haydée Santamaría.Ese proceso idealista y revolucionario le unió a Gabriel García Márquez, otro escritor diez años mayor que él, al que conoció en Caracas al recibir el premio Rómulo Gallegos. Vargas Llosa quedó prendado de la prosa encendida del colombiano y le dedicó una tesis que después sería un libro, Historia de un deicidio, el análisis más brillante que se ha hecho sobre la obra de García Márquez. Los dos serían futuros premios Nobel de Literatura, el mayor de los dos en 1982, el otro en 2010. Su amistad se estrechó en Barcelona, donde fueron vecinos. García Márquez fue padrino de Gonzalo, el segundo hijo de Vargas Llosa. Fidel, sin embargo, les dividió, entre otras muchas cosas –hasta el célebre puñetazo del peruano al colombiano en un cine de Ciudad de México, un suceso que Vargas Llosa le pidió a sus biógrafos que investiguen tras su muerte-. En concreto, fue por el caso de Heberto Padilla, el poeta cubano encarcelado por criticar al castrismo. Un grupo de intelectuales, entre los que se encontraban Vargas Llosa, Susan Sontag, Octavio Paz, Sartre, Cortázar y el propio García Márquez, entre otros, firmaron un manifiesto contra las represalias a Padilla. Este asunto hizo que muchos de los que habían apoyado a Fidel se arrepintieran, entre ellos Vargas Llosa. No fue el caso de García Márquez, que al ver público el documento dijo que él nunca había dado su autorización para que lo incluyeran, sino que había sido su amigo Plinio Apuleyo Mendoza el que, abusando de su amistad, había dado por hecho que apoyaría esa causa y firmó en su nombre.Este fue el adiós al joven Vargas Llosa cercano al marxismo y el nacimiento de alguien que pensaba muy diferente. Pasó brevemente por la democracia cristiana por la admiración que sentía por José Luis Bustamante y Rivero y no por verdadera convicción. El jurista, un humanista de Arequipa, como él, había sido derrocado por el golpe de Estado llevado a cabo por un general y Vargas Llosa deseaba que volviera a ser presidente.

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