Debió ser el filósofo y uno de los padres de la Ilustración, Jean-Jacques Rousseau (1712-1778), uno de los primeros en relacionar, en su Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres, la aparición de diferencias de riqueza (moral o material) con el avance de las sociedades complejas. Tiempo después, en los primeros trabajos que documentaron la Revolución neolítica, los científicos sociales establecieron una conexión directa entre el abandono del estado natural, las sociedades de cazadores-recolectores, y el inicio del fin de aquel Edén. De forma muy sencilla, decían que la cosa habría sido así: la domesticación de determinadas plantas y animales fijó a los humanos al territorio. De la sedentarización agrícola surgieron las primeras ciudades, en las que se produciría la acumulación o plusvalía que llevó a una posterior diferenciación entre clases, la emergencia de la política y, finalmente, los primeros Estados. Sin embargo, el estudio del tamaño de unas 53.000 casas de más de 1.000 yacimientos arqueológicos de los últimos 10.00 años, publicado hoy lunes en la revista científica PNAS, cuenta otra historia: la desigualdad surgió muchas generaciones después de que los humanos hubieran dejado de ser el buen salvaje rousoniano.Detrás del Proyecto Dinámicas Globales de la Desigualdad (GINI, por su acrónimo en inglés), hay decenas de historiadores, arqueólogos, economistas y sociólogos. Su objetivo es el mismo sobre el que escribía Rousseau, pero con las herramientas de las que dispone la ciencia trescientos años después. Parte de un índice usado en la actualidad para medir la desigualdad de renta o riqueza en una población. Se escribe igual, coeficiente de GINI, y es una herramienta básica para estadísticos, economistas y políticos. Este GINI se expresa en valores que van del 0 (sociedades muy igualitarias) al 1 (allí donde la brecha entre ricos y pobres es abisal). Pero no hay datos sobre la renta o los ingresos de los habitantes de ciudades como Çatalhöyük, urbe de hace 9.000 años en la actual Turquía, o de El Palmillo, yacimiento urbano maya de hace entre 1.500 y 1.250 años. Así que los investigadores se han fijado en sus casas como medio indirecto para saber lo ricos que eran en el pasado.Lo cuenta el antropólogo del Museo Field de Chicago (Estados Unidos), Gary Feinman, coautor de uno de los once estudios del proyecto GINI publicados ahora: “Las variaciones en el tamaño de las casas puede que no reflejen toda la magnitud de las diferencias de riqueza, pero son un indicador consistente del grado de desigualdad económica que puede aplicarse a lo largo del tiempo y el espacio”. Con esa idea, los investigadores estudiaron el tamaño de decenas de miles de hogares de cerca de tres mil yacimientos, algunos que se remontan a pocos siglos después del fin de la última glaciación. “Sé por mi propio trabajo de campo arqueológico en el valle de Oaxaca, México, que casi siempre, cuanto más grande es la casa, más elaborada es, con características especiales y paredes más gruesas”. Así que les bastaba con que se conservara la planta, aunque cualquier otro dato (su distribución, riqueza material encontrada…) también les ha servido para poder inferir la riqueza de los que la habitaban. Con este enfoque no solo han podido comparar la evolución de cada yacimiento, sino comparar dentro de cada uno buscando diferencias de estatus.El arqueólogo del Museo Field de Chicago (Estados Unidos), Gary Feinman (en el centro), durante la excavación de una ciudad maya con una elevada desigualdad residencial, en el yacimiento de El Palmillo, en México.Linda Nicholas/Gary FeinmanLos distintos trabajos incluyen datos de las primeras ciudades que aparecieron allí donde se inició la agricultura: en Oriente Medio, Anatolia y casi simultáneamente en el otro extremo de Asia, lo que es la costa este de la actual China y Japón. Pero también han recogido datos de otras zonas del planeta donde el Neolítico llegó más tarde, como el este y centro de Europa, la Britania prerromana o los pueblos preincaicos, aztecas y mayas.El primer resultado que destaca de este especial es que no ha habido una única historia de la desigualdad, sino muchas. “Hay muchas cosas que se han dado por sentado durante siglos, por ejemplo, que la desigualdad aumenta de forma inevitable”, afirma Feinman. “La visión tradicional presupone que, una vez que se desarrollan sociedades más grandes con líderes formales, o una vez que llega la agricultura, la desigualdad aumentará considerablemente. Estas ideas se han mantenido durante siglos, y lo que descubrimos es que es más complejo que eso: en las sociedades más complejas, no necesariamente se da un alto de desigualdad”, añade. Para el antropólogo, hay factores que pueden facilitar su aparición o aumentarla, “pero estos factores pueden verse estabilizados o modificados por diferentes decisiones e instituciones humanas”, completa.Así, los investigadores han descubierto que a lo largo de diez milenios, las mayores diferencias aparecen en los asentamientos humanos más longevos. Otro de los factores clave es la guerra, tan presente, y que tendía a reducir las desigualdades. Uno de los trabajos clasificó las casas según estuvieran en un yacimiento amurallado o no, con las murallas como señal indirecta de belicismo. Encontraron una marcada tendencia a las diferencias residenciales y la presencia de conflictos, en especial, escriben los autores, “cuando la gobernanza era menos colectiva y el principal factor limitante de la producción agrícola era la disponibilidad de tierras”. Sin embargo, también encontraron largos períodos, especialmente en las primeras épocas representadas en la base de datos (con una antigüedad de 10.000 años), en las que los asentamientos fortificados presentaban una diferencia entre sus casas menor o igual a los de los no fortificados.Dan Lawrence, profesor de la Universidad de Durham, primer autor de uno de los trabajos y coautor en varios de ellos más, cita algunos casos que muestran la variabilidad. Como esperaban, en muchos de los yacimientos más antiguos el coeficiente de GINI es muy parejo. “Siendo los más bajos los de las sociedades de cazadores-recolectores del periodo Jomon en Japón”, detalla. En cuanto a sociedades complejas más conocidas, de la historia, “podemos decir que Roma fue muy desigual: Pompeya tiene un coeficiente de Gini de 0,61, y la Britania romana también ronda el 0,6, dependiendo de cómo se calcule”, explica Lawrence. Sin embargo, en las ciudades que emergieron en el valle del Indo, como Mohenjo-Daro, que tenía unos 35.000 habitantes hace algo menos de 5.000 años, tenían un coeficiente de Gini de 0,22. Otro ejemplo de poca desigualdad en grandes ciudades que destaca el científico británico son las ciudades de Tripilia, una cultura neolítica surgida en la actual Ucrania hace cerca de 7.000 años. “Son ejemplos de grandes centros con un coeficiente de Gini muy bajo, en su mayoría de alrededor del 0,2″, termina.El otro gran resultado es que la desigualdad se tomó su tiempo. Aunque hay algunos casos en los que emergió casi a la par que la aparición de la agricultura y las ciudades, en la mayoría del registro arqueológico tuvieron que pasar muchos años, a veces milenios, para que la conexión entre las distintas manifestaciones del Neolítico y las diferencias de riqueza se hicieran evidentes. El título de uno de los estudios lo resume así: 100 generaciones de igualdad de riqueza después de las transiciones neolíticas.“Este es probablemente nuestro hallazgo más interesante: que existe un desfase entre el surgimiento de la agricultura y el aumento de la desigualdad”, dice Lawrence, y lo detalla: “Desde Rousseau se ha asumido que, al desarrollarse la agricultura, también se obtiene propiedad privada y, como resultado, un aumento de la desigualdad. Demostramos que esto no es así y que, en cambio, las personas se mantuvieron prácticamente en igualdad de condiciones durante más de un milenio después de que la agricultura se popularizara”.El enorme lapso entre la agricultura, con todo lo que vino después, y la desigualdad no tiene una explicación aún. Los autores, sin embargo, apuestan por dos que no excluyen alguna otra ni son autoexcluyentes. Por un lado, creen que tiene que ver con la dinámica entre población y métodos agrícolas. Al principio, las poblaciones aún son reducidas y la principal limitación para la producción era la mano de obra disponible. “Con el tiempo, la población aumenta y la tierra disminuye. En estas condiciones, hay más oportunidades de conflicto, de ganadores y perdedores”, sostiene Lawrence. La otra explicación, que pudo darse en paralelo, sería el peso de la tradición: “Las normas culturales de las sociedades igualitarias de cazadores-recolectores pudieron tardar mucho en desaparecer, por lo que los primeros agricultores contarían con sólidos mecanismos de nivelación que impedirían el surgimiento de la desigualdad”, termina.

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