A principios de marzo, el colectivo Guerrero Buscadores de Jalisco llegó al rancho Izaguirre, en Teuchitlán, gracias a una pista anónima que los avisó de que, ahí, el Cartel Jalisco Nueva Generación desaparecía personas. Descubrieron rastros de hogueras, cientos de fragmentos de huesos, zapatillas y ropas abandonadas por sus dueños. Las madres buscadoras lo llamaron centro de exterminio. El hallazgo explotó y se incrustó en la conciencia colectiva de México. Dentro de un país con 127.000 desaparecidos, el impacto de Teuchitlán fue novedoso: la sociedad mexicana, noqueada hasta el extremo por la violencia, parecía haber perdido la facultad de escandalizarse. El rancho tocó una fibra, saltó a los titulares, las tendencias de las redes sociales y a las plazas en las que se celebraron vigilias por los ausentes. Los columnistas hablaban del Ayotzinapa de Sheinbaum. La presidenta, con unos niveles de aprobación por las nubes, buscaba evitar a toda costa que el caso se convirtiera en un gran agujero en su expediente y pidió a Alejandro Gertz Manero, el fiscal general de la República, que se remangara y empezara a trabajar.Seguir leyendo

El silencio manda en el ‘caso Teuchitlán’
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