Si la Alta Costura es el escaparate más elevado para las marcas de moda, esta temporada que arrancaba el pasado lunes 7 de julio se ha posicionado como el prólogo a los cambios estructurales que veremos el próximo mes de septiembre. Con más de la mitad de los directores creativos de las grandes casas preparados para estrenar nuevo cargo. Nunca antes el sector había experimentado un terremoto de nombramientos y cambios (todo ha ocurrido en menos de un año), pero tampoco nunca antes el lujo había sufrido una recesión en sus cuentas de resultados. Durante las dos primeras décadas del siglo XXI su crecimiento parecía imparable y exponencial, pero en los últimos años se ha demostrado no ser así. De ahí que gran parte de los directivos de las firmas más famosas hayan coincidido en que la receta para recuperar los datos de facturación sea cambiar de caras. Y, con ello, de estilos e identidad. El objetivo es volver a enamorar a un consumidor cansado de la sobreexposición de ciertos productos y, por supuesto, de la escalada de precios que ha protagonizado el lujo tras la crisis del coronavirus. Más informaciónNo está claro, ni siquiera ellos lo saben, qué elementos harán encender de nuevo la chispa, pero a juzgar por los primeros grandes debuts del año, parece que una de las claves pasa por proponer referencias fácilmente legibles. Y, a través de ellas, construir estilos cercanos al arquetipo. Le ocurrió a Jonathan Anderson hace dos semanas, cuando estrenó su nuevo cargo en Dior durante la semana masculina: la corbata de rayas, la silla versallesca, la bobina y el dedal, polaroids tomadas por Warhol de Lee Radziwill y Basquiat… Este eclecticismo visto en su conjunto dibuja una idea muy clara de cuál es el nuevo estilo de Dior hombre: el preppy, sazonado con referencias que van desde lo victoriano a la moda urbana, pero siempre etiquetable como tal por el público.Algo muy parecido sucedía la tarde del domingo 6 de julio con el debut de Michael Rider en Celine. Se adelantaba a la temporada oficial de primavera-verano 2026, que se presenta en septiembre. De esta forma se aseguraba la cobertura mediática fuera de una temporada cargada de novedades. El diseñador norteamericano no estaba en las quinielas para hacerse con la casa que, hasta el pasado octubre, dirigió Hedi Slimane. Sin embargo, ya había pasado una década allí, trabajando a las órdenes de Phoebe Philo. Hasta el domingo, Rider era uno de esos segundos de a bordo que se encargan de dar forma concreta a las decisiones de los directores creativos: “Volver a esta casa, y a París, en un mundo que ha cambiado, es muy emocionante”, escribía el diseñador norteamericano en una nota de prensa en primera persona (algo cada vez más habitual entre las firmas, que buscan un giro más emocional y directo en su storytelling). En su carta, repartida a los invitados, hablaba de “actitudes que trascienden las prendas”, de diseños que pertenecen a quien los lleva y no a quien los diseña y de cómo el pasado puede condensarse en estilos pensados para el presente.Tres modelos de Celine durante la semana de la moda de París.Y eso es justo lo que presentó en las oficinas de la casa ante un público expectante, una mezcla de prendas arquetípicas de sus predecesores, Philo y Slimane, dos de los creativos más carismáticos (y superventas) del siglo. Una especie de construcción de una nueva identidad a base de piezas ajustadas y siluetas ochenteras de espíritu rockero (Slimane) combinadas con otras de cortes limpios y holgados en tonos neutros (Philo). El nuevo Celine tiene espíritu andrógino y se adereza con bisutería maximalista, gafas de aviador y pañuelos setenteros. En un momento en el que la nostalgia domina muchas de las tendencias exitosas (el cliente busca esas referencias reconocibles), Rider ha construido una nueva identidad, una actitud específica, a base de hacer dialogar el uniforme del rock con la burguesía francesa, el minimalismo y la exuberancia de los ochenta. Así descrito, puede parecer que su debut fue una amalgama de clichés, pero muy al contrario, sentó en cincuenta salidas las bases de un nuevo ADN dentro de una enseña centenaria: “Esto es muy Celine”, será una frase muy repetida en redes en los próximos meses, referida a prendas combinadas siguiendo un estilo concreto. Y ese parece ser, en 2025, la misión de todo diseñador: crear una especie de estructura a la hora de vestirse reconocible más allá de la propia marca.Otras tres modelos de Celine durante el desfile de la firma en la semana de la moda de París.Los dos primeros debuts del mes, Anderson en Dior y Rider en Celine, apostaban mucho al estilismo, para crear esa imagen reconocible que apela a la aspiración. Sin embargo, la Alta Costura, que comenzó este lunes, tiene el enfoque opuesto: es el lugar en el que las marcas invitadas a desfilar deben demostrar la maestría a la hora de crear prendas a mano y evocar fantasía y exuberancia a través del saber hacer de los talleres, otra vía (quizá la más tradicional) hacia la aspiración. Pero ese marco exclusivo y elitista, tanto en lo que respecta al público como al propio proceso creativo, también permite que estos diseños sean en ocasiones una especie de argumentos para hablar del momento actual. Porque la Alta Costura, que es la moda por la moda, es el escenario para enfrentar el diseño a la cultura.Por eso Daniel Roseberry, que también habla en primera persona, ha querido enfocar su colección del pasado lunes en el exilio de Elsa Schiaparelli en Nueva York durante la Segunda Guerra Mundial. “Chanel se interesaba por la utilidad práctica de la ropa; Elsa, por lo que podía ser la moda”, explicaba el diseñador norteamericano, “¿Cómo puede la moda hablar de arte? ¿Cómo puede el arte informar y hablar a la moda?”. Remarcar la diferencia entre ropa y moda a través del legado de la italiana, que supo hacer convivir el Surrealismo con la costura, ha sido el objetivo de Roseberry desde su entrada en la casa Schiaparelli en 2019. Ha obrado casi un milagro: resucitar y hacer relevante hoy una maison de costura durmiente y muy ligada a un tiempo (el periodo de entreguerras) y a un espacio (el París de las vanguardias) concretos. Esta vez, sin embargo, Roseberry ha ido más allá, tiñendo de blanco y negro parte de la colección a modo de metáfora del presente. Por primera vez no estaba expuesta de modo tan patente la iconografía que ha hecho célebre al Schiaparelli del siglo XXI (ojos, labios, cerraduras y todo tipo de accesorios dorados) sino de un modo más sutil, incrustada a modo de trampantojo en vestidos, chaquetas y complementos. El pasado, aquí muy reconocible, se oculta pero no desaparece. “Mirar hacia atrás no sirve de nada si no podemos encontrar algo significativo que aportar a nuestro futuro”, escribe el diseñador. Una frase que puede aplicarse tanto a los nuevos rumbos que está tomando el sector como a algo mucho más amplio, el escenario global.Dos modelos de Schiaparelli en la semana de la moda de París.Una firma que no necesita reincidir sobre sus códigos es Chanel, probablemente la maison con el vocabulario más reconocible por un público muy general, y también la que más disfruta navegado en sus archivos. Como contaba Roseberry, Gabrielle Chanel, la diseñadora que fundó la casa, tomó partido por la practicidad y esa querencia por los patrones pensados para ser llevados ha sido también la base de la colección presentada a primera hora de este martes 8 de julio. Un retorno a la sencillez que quedaba reflejado en el Grand Palais, cubierto con cortinas drapeadas en beige, y en la colección en tonos naturales. Se inspiraba en los propios salones de costura de Chanel, ubicados en la parisina Rue Cambon desde hace más de un siglo, en esa célebre escalera cubierta de espejos que también forma parte del imaginario popular. Una arquitectura tan icónica como las chaquetas de tweed de la nueva colección. Funcionalidad y pocas concesiones a la fantasía, sin renunciar al virtuosismo de sus talleres. Así se culmina un año en el que la dirección creativa de Chanel ha estado en manos del estudio: el próximo septiembre Matthieu Blazy se estrenará al frente de la casa, en uno de los puestos más codiciados de toda la industria.El desfile de Chanel durante la semana de la moda de París celebrada en julio de 2025.MOHAMMED BADRA (EFE)Si se trata de competir con las experiencias y volver a emocionar, Iris Van Herpen lo consiguió con una propuesta inmersiva en la que la danza, aromas y juegos tecnológicos se combinaron en un desfile a medio camino con la performance. Su nueva colección, Sympoiesis, mezcló los movimientos de la bailarina Loie Fuller con tejidos de vanguardia, etéreos volantes con estructuras a modo de armaduras o siluetas orgánicas con brillos artificiales. La inspiración partía del océano, pero las suyas no eran unas sirenas romantizadas, sino criaturas de las profundidades. Casi cíborgs náuticos vestidos con materiales marinos. En algunos de los pases, de manera literal: el minivestido que abrió la colección estaba fabricado con 125 millones de algas biolumiscentes que emitían luz en respuesta al movimiento sobre la pasarela.Desfile de Iris Van Herpen en la semana de la moda de París.La diseñadora holandesa lleva casi dos décadas explorando los límites de la tecnología aplicada a nuevos materiales para adaptar los últimos ingenios a unos diseños tan oníricos como singulares. “Esta colección es una colaboración con la propia naturaleza”, explicaba Van Herpen en las notas del desfile. “En estos tiempos de emergencia ecológica y pérdida de biodiversidad, el biodiseño nos invita a pensar en la manera en la que usamos los materiales. Subraya la interdependencia entre los humanos y la naturaleza, entendiendo el cuerpo no como algo aislado, sino como un ecosistema sobre el que la moda cobra vida”. Vestidos con plisados, volantes o degradados en telas casi tan etéreas como el humo o una novia con un vestido construido a base de espirales de un material biodegradable y generado a base de microorganismos por la compañía japonesa Spiber. Una inmersión oceánica que se completó con un espectáculo de luces obra del artista contemporáneo Nick Verstand y un aroma difundido sobre los asistentes e imaginado por el maestro perfumista Francis Kurkdjian: “Para Iris Van Herpen quería una partitura olfativa que expandiera la poesía de sus siluetas”, contaba el nariz en la nota de prensa. “Una fragancia profunda, acuática y familiar, pero aun así casi irreal, surrealista”. Como la colección de la diseñadora.

Estilo directo: la Alta Costura recurre a los arquetipos para empezar de cero | Estilo
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