Miguel Cortés llevaba en prisión casi un año, después de haber sido detenido el 16 de abril de 2024, por asesinar a su vecina María José, una adolescente. Allí esperaba su juicio en un área aislada del resto de la población reclusa, con presos considerados de alta peligrosidad como él. Ni su hermana ni su madre le visitaban. Sus compañeros de prisión se quejaban de que el presunto feminicida serial era soberbio, pero no había llegado a pelearse con nadie ni tampoco había intentado suicidarse, según los registros a los que ha tenido acceso Erendali Trujillo, la abogada de sus últimas víctimas. En su aislamiento le gustaba mucho leer y quería hacerse famoso, según el perfil psicológico que le hicieron unos peritos el año pasado, del que la abogada ha compartido parte de su contenido con EL PAÍS. En sus últimos días recluso, consiguió llamar por teléfono a familiares de sus víctimas para decirles que no se arrepentía de nada. Fue tres días antes de morir por un paro cardiorrespiratorio tras una contusión.A finales del verano pasado, Trujillo accedió al Reclusorio Oriente con un equipo de peritos para elaborar el perfil de Cortés. En tres días de entrevistas, pretendía documentar la peligrosidad del detenido para pedir la pena máxima de prisión, 116 años, y poder justificar su traslado a un centro de mayor seguridad. La abogada relata que Cortés, que era alto e ingresó pesando 90 kilos, había adelgazado drásticamente, tenía un olor desagradable y como calzado llevaba unas sandalias de plástico. “Estaba tranquilo. No es como el Monstruo de Ecatepec que es pedante y grosero. Él se dirigió a mí de usted, no le tuve que corregir. Fue muy educado y no se quiso pasar de listo”, recuerda la abogada.Erendali Trujillo Estrada en una conferencia de prensa afuera del Reclusorio Varonil Oriente, el 14 de abril.Graciela López Herrera (Cuartoscuro)Antes de las entrevistas, Cortés le pidió a Trujillo que le llevara un libro en específico a la prisión. Manual del asesinato en serie. Aspectos criminológicos, de Juan Francisco Alcaraz Albertos. “A diferencia de otros asesinos en serie, como el de Toluca, este tenía carrera. Le gustaba mucho leer”, añade. No sabe si Cortés gozaba de una celda propia o tenía que compartir con algún compañero, pero sí sabe de sus visitas al penal que al resto de internos no les caía bien. “Los otros presos no lo querían, decían que era un soberbio, pero nunca nos reportaron peleas”, apunta.Tras su detención el año pasado, los hallazgos en su departamento de huesos humanos, diarios donde narraba sus asesinatos e identificaciones de múltiples mujeres le valieron el ingreso casi inmediato al Reclusorio Oriente, en Ciudad de México. Allí se le mantenía en un área restringida, con alrededor de otra decena de presos de carácter especial como él. No tenía contacto con la población común de internos. Trujillo y su equipo buscaban conseguir que se le trasladara a un reclusorio federal y, preferiblemente, de máxima seguridad. La repentina muerte del sospechoso truncó sus planes. “Es difícil controlar a un interno como Miguel, que no quiera suicidarse, que no quiera agredir a otro compañero. Necesitaba cámaras, salir cuando no hubiera más internos. En los penales de máxima seguridad está más restringido quién ingresa y las llamadas. Eso fue lo que les falló aquí”, asegura.Durante su estancia en prisión no recibió visitas. Tras la muerte de su padre durante la pandemia, a Cortés solo le quedaba de familia su madre y su hermana, pero ninguna se acercó a prisión para verle. “Él mismo le dijo a su madre que no contratara a un abogado porque sabía que se iba a quedar ahí dentro de la cárcel y no quería que gastara, se quedaba con el de oficio”, recuerda Trujillo de las entrevistas. Se quejaba de no recibir cartas como los asesinos seriales de las películas e insistió en querer donar su cerebro a la ciencia, pero no llegó a firmar los documentos para ello.La Fiscalía sigue investigando el alcance de los asesinatos de Cortés. En un principio se apuntó a una espeluznante cifra de siete mujeres. Todas ellas jóvenes y con vínculos con el agresor que van desde sus parejas, a conocidas o compañeras de trabajo. La primera de la que se tiene registro es de Amairany Roblero González, que tenía 18 años cuando desapareció en 2012. Ese año también faltó Karen Ornelas Balzataz, quien fue a una fiesta en casa de Cortés y él la acompañó al metro. De Frida Sofía Lima Rivera dejaron de tener rastro en 2015, año en el que publicó fotos con el sospechoso en Facebook. Viviana Elizabeth Garrido, su compañera de trabajo, lleva desaparecida desde 2018. Pero Trujillo apunta que son muchas más y lamenta que durante las entrevistas, el químico alardeó de haber matado a al menos 30 mujeres, algunas en otros países. “Hay que creerle la mitad porque estos tienden a fanfarronear muchísimo. Quería ser visto como un asesino en serie, como los de la pantalla. Admiraba a Dahmer y Bundy, quería que le entrevistaran y que se escribieran libros sobre él”, señala antes de describir al fallecido como un “imitador”.Familiares de Amairany Robledo González, Frida Sofía Lima Rivera y Viviana Elizabeth Garrido Ibarra, víctimas de Miguel Cortés, en Ciudad de México, en febrero de 2025.Andrea Murcia Monsivais (Cuartoscuro)Tras el rechazo del juez de admitir el perfil psicológico como prueba, el equipo legal ahora está volcado en tener acceso a la necropsia de Cortés para certificar su muerte para las víctimas. También para esclarecer las circunstancias del fallecimiento en prisión por una caída el día que tenía una audiencia para vincularle a más casos. La teoría de Trujillo apunta que, pese a su aislamiento social, tenía contacto con alguien de fuera que le consiguió los números de teléfono de familiares de sus víctimas. Unos días antes de morir, consiguió llamar a Fernanda, la hermana de María José, para reivindicar lo que hizo y decirle que no se arrepentía de nada. “Está muy extraño, tiene que haber una línea de corrupción, que haya podido pagarle a un funcionario para acceder a datos de resguardo de los familiares”, dice la abogada.

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