Esta semana María Pombo desató una acalorada discusión literaria. La influencer madrileña publicó un vídeo en sus redes sociales en el que se vanagloriaba de tener una biblioteca tan bonita como vacía. “Hay que empezar a superar que hay gente que no le gusta leer. Y encima no sois mejores porque os guste”, dijo. Y se lio. Comentarios enfurecidos glosaron su publicación, se escribieron noticias en todos los medios y encendidos debates analizaron las bondades de la lectura en miles de grupos de WhatsApp. Sus palabras tocaron una tecla porque denunciaban una supuesta superioridad moral del lector, pero también por plantear una especie de dicotomía entre libros y redes sociales. Por señalar los motivos por los que leemos o decimos hacerlo. Entre las críticas más repetidas, aquellas que lamentaban que se están perdiendo los hábitos de lectura. Pero, ¿qué es lo que dicen los datos?Un estudio publicado la semana pasada en la revista iScience asegura que la lectura se ha desplomado un 40% en los últimos 20 años. La lectura lleva disminuyendo desde la década de 1940, pero los investigadores calificaron de “sorprendente” la magnitud de este último descalabro, superior al 3% anual. Especialmente porque el estudio definía la lectura de forma amplia, incluyendo libros, revistas y periódicos en formato impreso, electrónico o audio. Jill Sonke, coautora del estudio y profesora de Política Cultural en la Universidad de Stanford, sugiere algunas posibles explicaciones, en conversación telefónica. “Puede que se deba al aumento del uso de las redes sociales y otras tecnologías, o al mayor tiempo dedicado al trabajo debido a la presión económica”, explica. En resumen: el móvil y el trabajo mataron al libro. Y esto es un mal negocio, avisa Sonke, pues leer “puede mejorar la salud y el bienestar”, algo que difícilmente se puede conseguir pasando la tarde en la oficina o escroleando TikTok.Más informaciónLlegados a este punto hay que aclarar dos detalles sobre el estudio. El primero es que los datos son de Estados Unidos, así que hay que ser muy precavido a la hora de extrapolar las conclusiones a otros países, avisa la autora. En España, la encuesta que hizo 40dB el año pasado para EL PAÍS decía que el 35% de la gente leía todos los días. Es más del doble que la cifra que da el estudio estadounidense: un magro 16%. Pero el segundo detalle que hay que destacar tampoco es menor. En la mayoría de análisis sobre lectura se pregunta directamente a los encuestados si leen libros, y estos tienden a dar una versión edulcorada de sí mismos. Todos (menos quizá María Pombo) leemos más en nuestra cabeza que en nuestra vida. El análisis de la doctora Sonke es especialmente fiable porque se basó en datos de la Encuesta Americana sobre el Uso del Tiempo, que cada año, durante 20, pidió a 236.000 estadounidenses que describieran en detalle en qué habían invertido su tiempo el día anterior. “De este modo, se reduce el sesgo de recuerdo”, señala Sonke.Este verano se empezó a hablar mucho del lector performativo, un hombre que va a todas partes con un libro que no lee solo para hacer ver que sí lo hace. Puede que sea un cliché o cultura de internet, pero está claro que el fenómeno responde a una idea muy extendida: leer mola, está de moda, da cierto caché cultural. Se podría decir que no nos gusta tanto leer como haber leído. Pero es complicado averiguar quién lee de verdad y quién dice hacerlo. Michel Desmurget, doctor en Neurociencia del MIT y director de investigación en el Instituto Nacional de la Salud y la Investigación Médica de Francia, asegura haber encontrado una forma de averiguarlo. Compara los porcentajes de lectores asiduos de un país con sus notas de comprensión lectora en informes como el de PISA (para escolares) o PIAAC (para adultos). Y cree que la diferencia es muy grande: no es que en España seamos grandes lectores, sino grandes farsantes. “Los resultados de España son como los de los países de la OCDE”, explicaba hace poco en una entrevista. “Si se tuviese un 64% o un 65% de lectores asiduos, no tendríamos un 75% de lectores con un nivel poco más que básico”. Según datos del último informe PIAAC presentado a finales de 2024, el nivel en comprensión lectora de los universitarios españoles se ha hundido en la última década. Si en 2012 alcanzó los 282 puntos, en 2023 descendió hasta los 271,9, más de 10 puntos. Un adulto español lee peor que un alumno de bachillerato de Finlandia (288), Suecia (283) u Holanda (274).Un hombre lee en un parque en San Sebastián.Javier HernándezMassimo Salgaro, filólogo germano que lleva años estudiando los efectos cognitivos y emocionales de la lectura literaria, es más prudente en sus conclusiones. Cree que con el tema de la lectura nos enfrentamos a un recurrente pánico moral. “La actitud subyacente es tan antigua como la humanidad misma”, explica en un intercambio de mensajes. “Platón condenó la introducción de la escritura; en el siglo XIX, existía el temor a la adicción a las novelas, que distraería, sobre todo, a las jóvenes de las tareas domésticas; en la década de 1950, se desató en Estados Unidos una cruzada contra los cómics“. Hoy la lectura ya no es ese nuevo invento que amenaza nuestra cultura, sino el valor a preservar frente a la novedad que supone internet. Pero siendo objetivo, dice Salgaro, es complicado hacer un balance a largo plazo. “Faltan datos fiables y comparables en la investigación sobre la lectura”, sentencia. “Y esto se debe, entre otras cosas, al hecho de que en el pasado, la ciencia y la sociedad estaban menos interesadas en esta actividad”.Leer como hábito saludableEsto hace que nos preguntemos por qué ha aumentado la preocupación por los hábitos de lectura. ¿Son los libros un vehículo cultural más prestigioso que otros o de verdad leer pueden tener algún efecto positivo en la salud? “No solemos pensar en la lectura como un hábito saludable, pero lo es”, señala Sonke. “Igual que hacemos ejercicio o cuidamos nuestra alimentación, leer puede ayudarnos a mejorar nuestra salud”. La evidencia de esta afirmación es limitada, pero prometedora. Una revisión de cinco estudios publicada en 2023 en la revista PLOS One llegó a la conclusión de que leer ficción puede influir positivamente en el estado de ánimo y el bienestar, resaltando que los beneficios emergen sobre todo cuando hay reflexión y discusión. En ese sentido, los clubs de lectura se convertirían en una receta perfecta, al combinar esta reflexión con conexiones sociales. Otro estudio, publicado un año más tarde en esa misma revista, constató cómo la lectura redujo la ansiedad, mejoró la calidad del sueño y la satisfacción vital en un grupo de 2.800 estudiantes. Pero el efecto más beneficioso podría ser su elección frente a otras formas de ocio, especialmente las digitales, que han demostrado de forma robusta tener efectos perjudiciales en la salud mental.Leer no es algo natural: el cerebro tiene que hacer cierto esfuerzo para transformar unos trazos en letras, estas en palabras, darles un significado y combinarlas hasta crear una trama compleja y emocional. Leer, en el fondo, es fijarse en unos extraños símbolos hasta alucinar. Durante este proceso se activan las áreas del cerebro relacionadas con la visión, la comprensión semántica y la simulación sensorial. Salgaro lo explica de una forma más poética. “Según Umberto Eco, los textos literarios son mecanismos perezosos, lo que significa que la lectura requiere la participación activa del lector. Un texto literario contiene muchos elementos no verbalizados, los llamados espacios en blanco, que el lector debe llenar con su imaginación. Mediante esta actividad creativa, cada lector da vida a los personajes, imaginando sus rostros, voces, colores y atmósferas de una manera única, según sus propias experiencias y sensibilidades”. Esto hace que leer Cumbres Borrascosas sea algo completamente diferente a ver su adaptación cinematográfica, por mucho que ambas cuenten la misma historia. No es que la película sea peor que el libro, es que es peor que nuestra interpretación personal del libro; no está a la altura de nuestra imaginación.Hay quien dice que leer ficción también podría hacernos más empáticos. A pesar de ser un acto solitario por definición, un buen libro nos pone en la piel de un personaje del que conocemos hasta sus pensamientos más íntimos. El metaanalisis más completo sobre esta materia se publicó el año pasado, y no llegó a conclusiones muy claras. “Las pruebas, tal y como están, no contribuyen mucho a justificar la convincente intuición de que los ejercicios imaginativos, sofisticados y creativos del lenguaje nos convierten en agentes morales más sensibles”, concluía. El estudio señalaba que no se puede generalizar con algo tan basto y diverso como los libros. Ciertamente, podemos sospechar que no tiene el mismo efecto leer Madame Bovary que ojear Llados: Del Hostal Al Bugatti. A nivel de empatía no será lo mismo pasar la tarde repasando el Mein Kampf o inmerso en El diario de Ana Frank. No hay ningún estudio que lo señale, pero es algo que todo el mundo ha podido comprobar en su vida: hay gente muy leída y muy egoísta, igual que hay gente empática que no ha cogido un libro en su vida. Hay menos dudas a la hora de concluir que leer, en general, nos hace más cultos. Distintos estudios de contenido han demostrado que hay más riqueza lingüística en un libro ilustrado para niños que en todos los corpus orales corrientes: conversaciones entre adultos, películas, programas de televisión… Esto significa que la exposición a la palabra escrita es la única manera de desarrollar un lenguaje avanzado, básico para construir pensamientos complejos. “El término primer plano se refiere a las elecciones estilísticas originales de un escritor, es decir, las desviaciones del lenguaje estándar: las figuras retóricas o las estructuras poéticas”, explica Salgaro. “El primer plano hace que las palabras sean nuevas e interesantes, sorprendiendo al lector con elecciones lingüísticas inusuales. Para un lector experimentado y motivado, esta complejidad suele ser un valor añadido; para un lector menos experimentado, puede representar un obstáculo para disfrutar del texto”.La lectura ofrece muchos beneficios, pero no se debería reducir a una actividad productiva de la que extraer activos o conocimientos. Una de las cosas que pasan cuando estás leyendo un libro durante horas es que estás centrado en una historia durante horas. No buscas llegar al final para obtener nada, solo disfrutas del proceso sabiendo que este puede llevar días o semanas. Y eso, en el mundo acelerado y dopamínico en el que vivimos, es una rareza. Decía Carl Sagan que los libros nos permiten viajar en el tiempo y aprovechar la sabiduría de nuestros antepasados. Conectar de una forma íntima con gente que no hemos conocido jamás, de las que nos separan siglos, kilómetros y culturas. Y es cierto, los libros nos permiten conectar con otros, pero quizá lo más importante es que nos hacen conectar con nosotros mismos.

Más cultos, más sanos y ¿mejores? Lo que dice la ciencia sobre los grandes lectores | Salud y bienestar
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